Jesús, una vez culminado el sermón de la montaña o las
bienaventuranzas, dirigió sus palabras hacia la perfección. Así cabría la
importante diferenciación entre los pecados de hecho vs aquellos que generamos
pero no salen de nuestros pensamientos o conciencia, del corazón. Surgen como
un deseo pero no se traducen en una conducta perceptible.
Podríamos decir de si bien los pecados conductuales son los
que nos condenan, los pecados de deseo o pensamiento son los que nos impiden
ver a Dios y por ende requieren una dolorosa purificación. Eso explicaría
aquella expresión de Jesús que pareciera exagerada pero que al contrario goza
de enorme sentido: “.Ustedes han oído que
se dijo: «No cometerás adulterio. Pero yo les digo: Quien mira a una mujer con malos deseos, ya cometió adulterio con ella
en su corazón." (Mateo 5, 27-28).
Los pecados de deseos son complejos de corregir porque no son
tan evidentes. Son esos deseos de muerte, de lujuria, de castigos, de
revanchas, de envidias, etc; muy afines a los pecados capitales, compuestos por
Evagrio que los había catalogado en 8 y luego fueran reducidos a 7 por Juan
Casiano en el siglo V. En la perfección del conocimiento de Dios, que a su vez
es la perfección pura, estos pecados de conceptos, de ideas, de formas de entender
la justicia, el amor, el perdón, la caridad, deben ser adaptados a la verdad,
porque ante Dios solo hay una verdad para cada concepto de la vida. Y estos son
los grandes dilemas que quizás hoy, predicadores, formadores y familias en
general no abordamos o no sabemos abordar. Nos quedamos en la superficialidad
de la Ley, muy propia de la misma compresión de la fe hebrea, pero no buscamos
sanar el corazón. No es lo mismo el que no roba porque la seguridad le impide
hacerlo al que no roba porque no le nace hacerlo, no está en su naturaleza ni
en sus deseos. No es lo mismo el que no es infiel a su compromiso matrimonial
porque le da miedo que le descubran al que sencillamente expulsa esa
posibilidad de sus pensamientos.
Es ahí donde el don del Temor de Dios cobra vigor en el
fortalecimiento de los pensamientos o deseos que agradan a nuestro Señor,
porque ante La Verdad nuestros
deseos serán públicos como nuestras conductas y ahí, ante el Juez, seremos
vistos tal cual somos.
Esto no es fácil, es más, yo diría que es supremamente
complicado. Pero el solo hecho de tener
conciencia de ello nos ayuda. Es el mejor alimento para la humildad y el mejor
remedio contra la soberbia. Nos aleja de cualquier falsa creencia de que somos
buenos, que nos merecemos el cielo. Nos une más a la necesidad de Cristo y a
entender su mensaje. Es por sus méritos que nosotros podemos aspirar una
salvación eficaz. Y es por su misericordia que aún partiendo con estos deseos
errados a su encuentro (muriendo) nos alberga un lugar o estado de purificación
para no condenarnos sino salvarnos. Recuerden, Nadie llega tarde a su muerte
y la mejor forma de saber llegar es pidiendo día a día perdón por nuestros
pecados. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Luis Tarrazzi
@luistarrazzi
No hay comentarios:
Publicar un comentario