Dos cosas generaron impacto en mí tras leer hoy esta noticia:
“Arrestan asacerdote por abuso de niña y Arquidiócesis se pronuncia”. El primer
impacto fue que es un sacerdote de mi país (Venezuela) y el segundo impacto fue
que es de la orden religiosa agustinos recoletos de la cual formo parte como
empleado pastoral de un colegio capitalino. Y es que el horror del abuso
sexual, en este caso, a una menor de edad (con 12 años), salpica al mundo
entero y el clero, para deleite de Satanás, no escapa de ello.
Estas noticias hieren hondamente a la Iglesia, a la fe de los
jóvenes ya tan distantes de la Iglesia y de Cristo. Por eso Jesús decía:
“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se ha vuelto insípida, ¿con
qué se hará salada otra vez? Ya para nada sirve, sino para ser echada fuera y
pisoteada por los hombres” (Mateo 5,13). Y lejos de hacerme juez y verdugo de
este sacerdote, tenemos que primero aprender que estos temas para los que trabajamos
en la evangelización hay que salirle al trote, sin justificar, pero tampoco
como falsos verdugos. La pedofilia y el abuso sexual en general siempre serán delitos horrendos y en el caso sacerdotal más, porque es el uso de la autoridad para
doblegar mentes indefensas.
Pero tampoco volvamos al discurso repetitivo de cuestionar la
castidad sacerdotal, porque ofende a quienes sí lo viven como alimento y
riqueza de su vocación. No caigamos en el discurso repetitivo de que a los
sacerdotes debe permitírseles casarse porque ofende a quienes entregan su vida
con fidelidad a Dios entendiendo las riquezas y dones de su servicio.
Lamento muchísimo que la arquidiócesis de Maracaibo (Estado
Zulia) esté pasando este trago amargo que salpica a los agustinos de quienes
formo parte como trabajador y donde he cultivado grandes amistades con
consagrados comprometidos con su servicio. Hoy ha caído una rama de la vid y se
secará. Pido a Dios le dé a este niña abusada o manipulada la fortaleza, junto
con su familia, para superar este trago amargo y dolor que seguro afecta a la
Iglesia en su moral y su percepción social. Y también pido por este sacerdote
en su delito, en su escandaloso pecado para que a imagen de la mujer adúltera
(Juan 8,1) encuentre a un Jesús que lo saque de su error y no infrinja en él la
creencia de su ya condenación (como en el caso de Judas Iscariote) porque de darse, el único triunfador sería el
demonio, nunca la justicia de Dios. La justicia de Dios redime, sana, convierte
y abraza en su infinita misericordia. Dios los bendiga, nos vemos en la
oración.
Luis Tarrazzi
Twitter: @luistarrazzi
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