Desde que un joven hace su primera comunión hasta que se
confirma (si lo hace) pueden pasar, en condiciones regulares, unos 4, 5 o 6
años. Siendo la confirmación el último sacramento de iniciación, este
distanciamiento es muy contraproducente y lo hablo desde mi propia experiencia.
Una formación religiosa centrada en el hacer y no en lo vivencial termina derivando en jóvenes que
realizan sacramentos cumpliendo los
requisitos pero con un nivel de interiorización muy escaso, casi nulo. Así,
con algunos años como formador para el sacramento de la confirmación (aunque
es mi primer año solo), quise comenzar con una suerte de repaso diagnóstico y a
través de él medir conocimientos. Es cierto que a medida que los niños entran en
esta fase adolescente – juventud comienzan las vergüenzas y también las crisis
de personalidad que los hace ser burlones, dispersos, encerrados en sí mismos.
Esto dificulta diagnosticar, pero siempre hay alguno que conectado en alguna
línea de tus enseñanzas pregunta algo. Años atrás me preguntaron “¿cómo era eso que Jesús también era Dios?”
y lo más reciente, lo más fresco fue: “¿cómo
es eso que Jesús no tuvo pecados?”
Yo no dudo que esto se enseñe en las catequesis, que se explique el sacrificio de la cruz, que se explique el papel de Jesús en nuestra
salvación, pero ¿estamos haciendo que lo entiendan? ó ¿seguimos tratando de
colar café en paredes nuevas y sin grietas? Esta larga introducción está
dedicada a los formadores de sacramentos. O cambiamos la forma de llegar a
jóvenes embriagados de tecnología y consumidores masivos de redes sociales, con
cerebros estructurados para solo entretenerse, de frases cortas y de cosas poco
profundas, pero a su vez con altos niveles de atrevimiento; o seguiremos
desgastando el evangelio en paredes que reciben y rebotan el sonido.
A la pregunta de mi título la respuesta es esta: Parafraseando a San Pablo que señala que “si
Cristo no hubiese resucitado vana sería nuestra fe” les diría que si Cristo
tuviese pecado, el más pequeño que sea, la gota más chiquita de pecado en agua
cristalina, seríamos unos tontos en llamarle Dios. La lucha de Dios por
salvarnos no es contra el hombre en sí mismo, es contra el pecado que nos alejó
y nos aleja de él. Por eso en Cristo, Dios Padre encontró la referencia humana
para reabrir la puerta de la salvación y con ello poder ir al cielo. Cristo es
perfecto como su Padre es perfecto. No vamos al cielo por nuestros méritos sino
por los méritos de Cristo y es por esto que debemos afirmar, sin titubear, sin
dudar, que Cristo no tuvo, en ninguna
etapa de su vida, pecado. Si el Padre es perfecto el Hijo, que es uno con
el Padre, no puede ser la imperfección de Dios. Si hablamos en el Credo que el
Espíritu Santo, con el Padre y el Hijo “recibe la mismo adoración y gloria” no
puede haber una gota de imperfección en aquel que se sacrificó por amor a nosotros.
No demos nada por dado en la fe. O predicamos insistentemente
lo mismo, con coherencia, con credibilidad, o seguiremos viendo hermosas
ceremonias sacramentales que pensando en las duras palabras de Jesús a los
fariseos, son como lápidas blanquecidas por fuera pero vacías y llenas de
muerte por dentro. Creo que Dios merece pasión, sin pasión no hay conversión ni
compromiso. Sí podemos ser mejores formadores, mejores cristianos, mejores
discípulos. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Luis Tarrazzi
@luistarrazzi
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