sábado, 28 de julio de 2018

LA UTOPÍA DE ESPERAR UN MUNDO MEJOR


 “Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento”. (Isaías 65,17).

Ante una promesa así, que redondeando supera los 2800 años de espera, uno podría comenzar a dudar de que el mundo que “todos” deseamos ver, de paz, unión, amor y justicia, llegará. Comenzando por el simple hecho de que hay personas que no desean cambiar el mundo porque les va bien así, tal cual como está. Otros, cargados de honda apatía, no esperan nada, viven como muertos, posiblemente cargados de tantas heridas que ya aprendieron a vivir con el dolor hasta el punto de no percibirlo. Otros usan la esperanza como retórica demagógica, apostar siempre a la esperanza del cambio pero sin trabajar por ese cambio es como decirle a una esposa “te amo” pero siempre agredirla física y/o verbalmente. Con estas afirmaciones debo corregir mi frase inicial: no todos esperan un mundo diferente.

El cambio no siempre debe venir desde lo externo hacia dentro, sino que en las percepciones considero están las claves de la felicidad. Y es aquí como podemos ver que ante un mismo hecho, como la pérdida de un ser querido, en una misma familia podemos encontrar reacciones diferentes. Unos de rabia y dolor, otros de resignación y otros (muy pocos) de alegría por el encuentro de esa alma con su Creador. Ante una enfermedad también encontramos respuestas variadas. Lo que sí pareciera un factor común entre las personas de reacciones positivas, cuando son sinceras, es la fe. Para el cristiano un cielo nuevo y una tierra nueva no se puede concebir sin que esté presente el mismo ser que lo promete: Dios. En la figura de la Santísima Trinidad, Jesús avanza como un profeta que anuncia cambios, pero cambios que empiezan y terminan con él, en los actores y protagonistas de sus propias vidas.

Así uno puede ir concluyendo que la felicidad eterna, real, está fuera de este mundo y que el mundo es la universidad donde se anhela esa vida. Si el mundo fuera perfecto, a nuestro entero gusto y de aceptación global: ¿nos preocuparía estar con un Dios que en apariencia no necesitamos?

Así la utopía de esperar un mundo mejor no se refiere de la ventana de mis pupilas hacia fuera, es la transformación perceptiva de mis realidades que en Cristo derivarán en otra realidad y que luego de la resurrección veremos materializa en la fundación de un nuevo y exitoso Génesis, sin tentaciones, sin más pruebas y con la compañía de un Dios que ya no requerirá de fe sino de amor para verlo. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Luis Tarrazzi

@luistarrazzi

miércoles, 18 de julio de 2018

BAJARSE DE LA BARCA, SIN DINERO, PARA CAMINAR CON JESÚS SOBRE LAS AGUAS


La frase de Jesús que nos dice: "no se puede servir a Dios y al dinero" suena muchas veces como retórica bonita, una utopía de vida, que era fácil de predicar en economías relativamente controladas o estables; hasta que la situación económica de mi país, durísima por demás, nos la puso a prueba.

Y es que trabaje uno dignamente en lo que trabaje, cuando vives en hiperinflación solo piensas en dinero para poder adquirir lo necesario, lo básico, para vivir. Para que lo entiendan en cifras, legalmente lo mínimo que puede ganar un venezolano por trabajar formalmente son 3 millones de bolívares al mes, hoy equivalente a 0,80 céntimos de dólar, máximo un dólar mensual. En la misma línea de oferta y demanda  un champú cuesta más de 6 millones de bolívares, un paquete de 9 pañales más de 10 millones, un kilo de queso alrededor de 4 millones, todo esto al momento de este escrito, ya que como sabrán los entendidos en hiperinflación los precios varían en horas o días.

El aspecto educativo y la salud son los dos pilares sociales más afectados en realidades así y esto, lamentablemente, este gobierno no lo ha querido entender o atender. Así la migración de profesionales de la docencia y la salud es muy alta y así mismo la rotación del personal en colegios es más alarmante aún. ¿El factor común que los mueve a todos?: El ingreso mensual. Es responder a la pregunta: ¿dónde pagan más que me permita cubrir mi mes de vida? Súmenle el hecho de que hay políticas desleales, públicas, que pagan en educación nacional, del Estado, hasta 3 y 4 veces más (en sueldo básico) que otras instituciones privadas (no olvidemos que este gobierno puede imprimir, y lo hace, dinero inorgánico a su antojo, principal alimento de esta hiperinflación). A veces pienso que el fin y propósito de esto es fomentar la migración de lo privado a lo público y hacerse del valioso recurso que todavía hoy brilla en la educación privada, sobre todo la confesional católica.

Por otra parte Dios nos dicta: “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia y él les dará lo demás por añadidura” Este salto de fe no es nada fácil, es esa invitación de Jesús a Pedro de caminar sobre las olas no pensando más que en Dios, en la fe. Pero, y lo digo por testimonio propio, personal, es muy difícil. Uno se hunde en preocupaciones. Se entristece de ver cómo la calidad de vida en servicios básicos desmejora día a día. En la capital de mi país, Caracas, el servicio de agua potable es súper irregular. Podemos pasar 8 o más días seguidos sin agua, fallas constantes de internet, anulación casi que total, por costos, de actividades recreativas (cine, comidas en la calle, helados). Es un constante reinventarse, pero siempre con la muletilla: ¡por lo menos tenemos salud!

No es normal lo que se vive en mi país y esto se lo digo a las nuevas generaciones que cada vez se le anulan los espacios históricos comparativos. ESTO NO ES NORMAL. Pero sin lugar a dudas, esta situación es tierra fértil para profetas, para probar y testimoniar la fe, para agudizar la mirada a cada bendición que nos rodea, cada plato de comida sobre la mesa, cada abrazo de mi esposa y sonrisa de mi pequeño hijo. Pero además, condicionar la labor evangelizadora al dinero es ponerle precio cerebral a la obra de salvación y eso es manjar para el demonio por la condición infinita de la ambición humana. ¡No es fácil!, es una lucha diaria. Cada paso sobre las olas del mar mirando a Jesús es la clave. Dios nos ampare, nos vemos en la oración.

Luis Tarrazzi
@luistarrazzi


viernes, 13 de julio de 2018

UN FUNERAL POR VIDEO LLAMADA EN VENEZUELA


 

La dura situación que vive Venezuela me hizo en estos días pensar ¿quién enterrará a los viejos de este país cuando la mayoría de sus hijos se hayan ido para buscar mejores oportunidades?

Días no lejanos a esta interrogante nos solicitaron, a dos miembros de la pastoral del colegio donde laboro, asistir a un funeral para hacer un responso por una señora que había fallecido. Fui como acompañante musical del Sacerdote y me llamó la atención cómo durante toda la celebración había una señora, joven, con su teléfono filmando todo. Por lo menos eso creí yo  hasta que pude ver y entender mejor lo que pasaba. Era un funeral por video llamada para alguien que estando fuera del país tuvo que despedir a este ser querido en la frialdad de una pantalla.

Es verdad que esto nos puede pasar en un viaje eventual, de trabajo, pero lo cierto es que muchos de los que migraron o migrarán fracturando su corazón sin retorno programado, les espera vivir una experiencia similar como la narrada, ante la indolencia de un gobierno que de verdad no tiene una mínima intención de cambiar el rumbo y corregir tantos años, ya casi décadas, de errores sistemáticos.

Hoy la tecnología nos une, pero ¡qué fría se vuelve en momentos así! La esperanza, que siempre debe estar puesta en Dios, con sus tiempos y momentos, nos pone a prueba la fe, nos la moldea y educa; y a su vez nos recuerda lo finita de nuestra existencia. No es el lugar donde estemos ni cuánto dinero logremos hacer, son los momentos de amor y paz, junto a nuestros seres queridos, los que llenarán de alegría nuestra existencia. Cada abrazo, mirada, escucha, consejo, llanto y risa, todo eso, pero juntos. Ese es el debate principal de un padre: Buscar futuro económico para un hijo vs la experiencia de amor presencial, cercano aún con agudas limitaciones.

Educando mi voluntad al servicio de Dios, como ya señalé una vez, de migrar que sea como la Sagrada Familia de Nazaret: que Dios nos diga cuándo partir y cuándo regresar, pero mientras tanto, a echarle ganas a este país y a la familia, a cuidar el amor de quienes nos rodean porque no sabemos cuándo nos tocará aparecer pasivamente en la pantalla de un ser querido que nos amó. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Luis Tarrazzi

@luistarrazzi