miércoles, 23 de noviembre de 2016

¿JUSTIFICAMOS MUCHO A DIOS?


Así como existen personas en extremo pesimistas, esos que en nada ven la esperanza de un cambio o de un milagro, existe el otro extremo que son las personas que ante todos los problemas y adversidades inyectan dosis de esperanza a las personas y afirman, recurrentemente, “Dios te va ayudar” o “Dios te dará lo que pides, fe”

Yo creo que ambos casos no son del todo edificantes porque al final hablar por Dios ante situaciones que desde fuera desconocemos sus causas y sus propósitos, y sin un sustento místico o de fe, es divagar. Una enfermedad, la dificultad para obtener una vivienda, una situación país socialmente complicada, la muerte de un ser querido, etc, ante la mirada de Dios puede tener un propósito que lejos de ayudar a prometer que cambiará, puede se agudice y deje una profunda enseñanza.

A Dios, como dicen muchos, hay que dejarlo ser Dios. Y Dios a veces dice que no, a veces los tiempos de dolor y sequedad son necesarios en almas muy desviadas del camino de la salvación. Porque de eso se trata, de salvarnos, no de consentirnos en deseos finitos.

No es correcto prometer por Dios. Decirle a un enfermo: “¡Yo decreto en el nombre de Jesús que vas a sanar!” o al necesitado que su situación cambiará. Y señalo que no es correcto porque cuando la sanación no llega o la realidad de momento no cambia la respuesta emocional del afectado, lógica y humana, es de decepción y distanciamiento. El creyente debe aprender amar a Dios por el solo hecho de ser Dios y confiar a ciegas en su providencia. Y que cada camino transitado, de espinas o espuma, ante la mirada de Dios no es vano, no es seco y no deja de llevar a una felicidad eterna.

Así, el salmo 23(22) señala hermosamente: “Aunque pase por el valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo; Tu vara y Tu cayado me infunden aliento”.

El siguiente soneto, anónimo, lo expresa extraordinariamente así:

No me mueve, mi Dios, para quererte
El cielo que me tienes prometido,
Ni me mueve el infierno tan temido
Para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
Clavado en una cruz y escarnecido,
Muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
Que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
Pues aunque lo que espero no esperara,
Lo mismo que te quiero te quisiera.

Como consejo, no prometamos por Dios, enseñemos a las personas a confiar en Dios, a refugiarse en él, a no buscar dioses falsos ni placebos espirituales. Porque así se lo cantamos a Cristo en la liturgia: “Quien cree en ti Señor, no morirá para siempre”. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.


Luis Tarrazzi

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