Así como existen personas en
extremo pesimistas, esos que en nada ven la esperanza de un cambio o de un milagro,
existe el otro extremo que son las personas que ante todos los problemas y
adversidades inyectan dosis de esperanza a las personas y afirman, recurrentemente, “Dios te va ayudar” o “Dios te dará lo que pides, fe”
Yo creo que ambos casos no son
del todo edificantes porque al final hablar por Dios ante
situaciones que desde fuera desconocemos sus causas y sus propósitos, y sin un sustento místico o de fe, es divagar. Una
enfermedad, la dificultad para obtener una vivienda, una situación país
socialmente complicada, la muerte de un ser querido, etc, ante la mirada de
Dios puede tener un propósito que lejos de ayudar a prometer que cambiará,
puede se agudice y deje una profunda enseñanza.
A Dios, como dicen muchos, hay
que dejarlo ser Dios. Y Dios a veces
dice que no, a veces los tiempos de dolor y sequedad son necesarios en almas
muy desviadas del camino de la salvación. Porque de eso se trata, de salvarnos,
no de consentirnos en deseos finitos.
No es correcto prometer por Dios.
Decirle a un enfermo: “¡Yo decreto en el nombre de Jesús que vas a sanar!” o al necesitado que su situación
cambiará. Y señalo que no es correcto porque cuando la sanación no llega o la
realidad de momento no cambia la respuesta emocional del afectado, lógica y
humana, es de decepción y distanciamiento. El creyente debe aprender amar a
Dios por el solo hecho de ser Dios y confiar a ciegas en su providencia. Y que
cada camino transitado, de espinas o espuma, ante la mirada de Dios no es vano,
no es seco y no deja de llevar a una felicidad eterna.
Así, el salmo 23(22) señala hermosamente: “Aunque pase por el valle
de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo; Tu vara y
Tu cayado me infunden aliento”.
El siguiente soneto, anónimo, lo
expresa extraordinariamente así:
No me mueve, mi Dios, para quererte
El cielo que me tienes prometido,
Ni me mueve el infierno tan temido
Para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
Clavado en una cruz y escarnecido,
Muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
Que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te
quiera,
Pues aunque lo que espero no
esperara,
Lo mismo que te quiero te
quisiera.
Como consejo, no prometamos por
Dios, enseñemos a las personas a confiar en Dios, a refugiarse en él, a no
buscar dioses falsos ni placebos espirituales. Porque así se lo cantamos a
Cristo en la liturgia: “Quien cree en ti Señor,
no morirá para siempre”. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Luis Tarrazzi
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