La familia podríamos
definirla como el sagrario de la fe, en ella se custodia y transmiten los
valores esenciales de la vida. Quien no conoce a Dios desde su familia, desde
su educación inicial, vivirá una vida de fe más difícil, caminará en un
desierto, y no todos encuentran el oasis donde habita la Trinidad Santa, su
morada, la familia de las familias, familia que incorpora, no como Dios sino como Madre, Sierva y Esposa, a María Santísima.
Pero la familia de
los hombres es vulnerable y en ella pueden haber motores que impulsen la maldad
o la apatía, y de esta última condición (la apatía) será de la que hablaré. La
familia moderna vive abrumada por roles desvirtuados. Primero la excesiva
ocupación de los padres genera espacios de ausencia en el hogar y luego, como
es normal, el vertiginoso ritmo de vida hace que los espacios de encuentro
estén ocupados por instrumentos de distracción como la televisión, el internet,
los celulares o simplemente, algo más biológico, el necesario sueño. Así, los
hogares son como las ciudades que quedan apartadas de las grandes urbes y que
se han denominado ciudades dormitorios.
Una familia
dormitorio comparte solo el espacio, pero dentro de ese espacio hay divisiones
que muchas veces son impenetrables, voluntaria o involuntariamente. En ella la
comunicación es débil, justa. En ella se puede comer lo mismo pero casi nunca al mismo
momento. En ella las risas son escazas, pero las hay. En ellas puede que exista
la oración, pero privada, no familiar. Quizás porque invitar a otro miembro a
participar de de ella nos dilataría del ya cómodo ritmo de oración que
nosotros imponemos, a nuestra medida. Las familias dormitorio están juntas en el dormir aunque no comparten los mismos sueños.
No quería dejar de
comentar que con el crecimiento de grupos feministas y con el mismo machismo la
situación se agrava en vez de mejorar. A veces veo la radicalidad con la que
estos grupos feministas defienden los derechos de la mujer “POR QUERER SER COMO
LOS HOMBRES”, trabajar donde trabajan los hombres, abortar sin restricciones,
control de natalidad porque “yo mujer” decido cuando ser madre (si quiero
serlo). Y todo esto se suma a unos hombres que ejercen en el otro extremo
violencia sobre la mujer, impidiéndole la educación, su feminidad, haciéndoles
entender que son menos (como en la fe islámica). Se ha restado importancia al
valor de atender el hogar por parte de la mujer, para mí, la empresa más dura y
difícil de administrar. Se ha perdido el amor por ser MADRES y PADRES de
familia siendo sencillamente YO, el que tiene derecho a placeres sin límites.
Y ahí los hijos son accesorios, son “cosas” y no “personas” que forman parte de
eso que llamamos matrimonio (si se casan) y luego familia.
Las familias
dormitorio no tienen almohadas, porque el peso de la culpa les impide descansar
aunque puedan dormir. Las familias dormitorio serán probablemente las más
exitosas del mundo, porque todo lo habrán alcanzado con esfuerzo (casa, carros,
bienes y servicios, vacaciones inolvidables) pero serán las que con el paso del
tiempo vivirán más solas, se diluirán cuando sus miembros más jóvenes
constituyan nuevas familias dormitorio y ya no podrán dormir con sus antigua
familias, no por no querer, sino porque sus estilos de vida se los impedirán.
Ojalá Dios y la fe brillen,
con humildad y paz, en nuestras familias, que aunque tengamos poco o lo justo,
seamos familias para la vida y la santidad y no solo para compartir espacios.
Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi