“Hay personas que se quedaron con el
Dios del Antiguo Testamento”. Esta expresión no pocas veces la he escuchado, inclusive de
personas vinculadas a la vida, pastoral o educación católica, en una suerte de
impulsar solo la visión relativista de los nuevos tiempos, en donde, hagas lo
que hagas, seas como seas o impulses lo que impulses, siempre y cuando esté
dentro de los cánones de los tiempos presentes, siempre habrá un cielo para ti,
un “perdón” para ti y una salvación para ti.
Coloco
la palabra perdón entre comillas porque uno de los requisitos indispensables
para que actúe la misericordia de Dios en nuestras vidas es el arrepentimiento. Sin él, lo que en realidad
estamos apostando es a la imagen del Dios ingenuo, tonto o al cinismo
espiritual.
Para
que “el Dios del Antiguo Testamento” haya perdido vigencia en nuestros tiempos,
tendría, necesariamente, que haber muerto y el culpable de su muerte sería el mismo Jesús, siendo la fuente del sustento
argumentativo para defender que con él descubrimos el verdadero rostro de Dios.
Lo cierto es que, hasta donde yo sé, a ese funeral no asistió Jesús.
Esta
visión cismática entre el Antiguo y el Nuevo Testamento no es nueva. Ya el marcionismo,
siglos atrás, expuso esto que al final derivó la conclusión de idea herética. Cristo
vino a darle esplendor y mayor luz a lo que toda la historia de la salvación
recogió por años. Vino a darle plenitud a la ley, a la verdad. Cristo, en su
naturaleza humana, rindió culto, obediencia al Padre, y expuso las consecuencias de una vida marcada por la arrogancia, soberbia, en
resumen, el pecado.
Hacer
una labor de evangelización centrada solo en el Nuevo Testamento, en lo
particular, no lo recomiendo. La Biblia, en pleno, es imagen del rostro de
Dios, que me gusta resumirlo en: amor, verdad y justicia. En ello se condensa
buena parte del camino que conduce a la Salvación.
En
Cristo obtuvimos los méritos para salvarnos, es decir, recuperar como raza,
como especia, un referente de gracia que en Adán y Eva perdimos. Pero Cristo no
es un comodín abierto por donde pasan los que hemos sido o somos desordenados
en la moral, en el pensar, en la indiferencia y en la equidad.
Eliminar
verdades de fe como: la condenación, el infierno, el purgatorio, los demonios, la tentación, el pecado, no solo es un error, es una complicidad en lo que ha
derivado en generaciones perdidas, irreverentes o indiferentes a estos temas.
Hoy
pareciera que la nueva Babel no se construye con bloques sino con tecnología,
entretenimiento y placer. Así como el sepulcro está vacío, aquel que albergó el
cuerpo de Cristo, la urna del Padre también está vacía, esa que ha querida borrar
su imagen del cristianismo. Esto sería como parafrasear esa frase de Jesús en
donde decía que el que lo había visto a él, veía al Padre que lo envió. Con
esta frase yo diría: el que no vea a Cristo en el Padre, jamás verá al Dios
verdadero.
Que
Dios les bendiga, nos vemos en la oración
Luis Tarrazzi
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