Una vez señalé que los mejores testimonios de fe católica que
yo he escuchado, leído o conocido, han sido de personas conversas, esas que no
practicaban esta fe o inclusive la despreciaban. Y es que en efecto, la fe
conocida, vivida, de convicción, deja huellas más profundas en las personas, en vez de aquellos que somos católicos por tradición familiar, porque abuelos o padres eran católicos
y nosotros nacimos y nos hicieron católicos.
Dos testimonios elocuentes son los de San Pablo y San Agustín, de quienes no solo
podemos hablar de una conversión conceptual, de la mente, del saber, sino
también debemos incluir, y primero que todo, la conversión del corazón, de sus
emociones, esa que sanó sus heridas, los confrontó con su error, los hizo llorar, sentirse amados y luego enamorados locamente de esa verdad hallada.
El pueblo judío pasó por este error. Tras saberse el pueblo
escogido por Dios el esfuerzo de amar se
redujo a leyes y apariencias. Eran “Tumbas
vacías”. Por eso ellos no mostraban esfuerzo por evangelizar sino por
proteger su independencia, estructuras y sus apariencias.
Pablo, apóstol de los gentiles, nota este errado enfoque y
nos habla por primera vez en sus cartas que no solo es la ley la que nos salvará
sino la fe en Cristo. Una fe que a su vez nos ayudará, por amor y con dosis de
humildad, a aproximarnos a la ley.
Nuestra fe católica, sobre todo desde una óptica sacramental
(bautismo, comunión, confirmación y matrimonio) está cargada de hondas
apariencias. Se cumple el rito pero el corazón dista de Dios. Se sigue la
tradición pero no hay un sentido de pertenencia, de pasión por Jesús. Y esto lo
vivimos docentes, padres de familia, sacerdotes, profesionales, etc. Y esto se
traduce en un desafío: ¿Necesita el católico convertirse al catolicismo? Ó ¿necesita
el cristiano convertirse a Cristo? La respuesta es sí, considero que todos
necesitamos esa conversión.
No es lo que hacemos en la fe, no se
trata del cargo, título o labor. No es porque soy catequista, cantante,
profesor, sacerdote, laico comprometido, ministro eucarístico, jefe del
despacho parroquial, monaguillo, sierva, etc; es cómo Cristo impacta en mis decisiones,
humildad, servicio, obediencia, fidelidad, armonía, convivencia. ¿Me están lavando
los pies en mi parroquia, con elogios y reconocimiento o yo estoy
lavando los pies de aquellos que necesitan conocer a Jesús? La nuevas
generaciones necesitan ver una Iglesia en salida, al servicio de Jesús, creíble
y no cargada de apariencias. No somos jueces ni dueños de la viña, somos
siervos de aquel que nos amó y dio su vida por nosotros, somos seguidos de
aquel que “nos amó hasta el extremo”. Dios
los bendiga, nos vemos en la oración.
Luis Tarrazzi
@luistarrazzi
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