viernes, 8 de junio de 2018

MEJOR NO NACER CATÓLICO


Una vez señalé que los mejores testimonios de fe católica que yo he escuchado, leído o conocido, han sido de personas conversas, esas que no practicaban esta fe o inclusive la despreciaban. Y es que en efecto, la fe conocida, vivida, de convicción, deja huellas más profundas en las personas, en vez de aquellos que  somos católicos por tradición familiar, porque abuelos o padres eran católicos y nosotros nacimos y nos hicieron católicos.

Dos testimonios elocuentes son los de  San Pablo y San Agustín, de quienes no solo podemos hablar de una conversión conceptual, de la mente, del saber, sino también debemos incluir, y primero que todo, la conversión del corazón, de sus emociones, esa que sanó sus heridas, los confrontó con su error, los hizo llorar, sentirse amados y luego enamorados locamente de esa verdad hallada.

El pueblo judío pasó por este error. Tras saberse el pueblo escogido por Dios  el esfuerzo de amar se redujo a leyes y apariencias. Eran “Tumbas vacías”. Por eso ellos no mostraban esfuerzo por evangelizar sino por proteger su independencia, estructuras y sus apariencias.

Pablo, apóstol de los gentiles, nota este errado enfoque y nos habla por primera vez en sus cartas que no solo es la ley la que nos salvará sino la fe en Cristo. Una fe que a su vez nos ayudará, por amor y con dosis de humildad, a aproximarnos a la ley.

Nuestra fe católica, sobre todo desde una óptica sacramental (bautismo, comunión, confirmación y matrimonio) está cargada de hondas apariencias. Se cumple el rito pero el corazón dista de Dios. Se sigue la tradición pero no hay un sentido de pertenencia, de pasión por Jesús. Y esto lo vivimos docentes, padres de familia, sacerdotes, profesionales, etc. Y esto se traduce en un desafío: ¿Necesita el católico convertirse al catolicismo? Ó ¿necesita el cristiano convertirse a Cristo? La respuesta es sí, considero que todos necesitamos esa conversión.

No es lo que hacemos en la fe, no se trata del cargo, título o labor. No es porque soy catequista, cantante, profesor, sacerdote, laico comprometido, ministro eucarístico, jefe del despacho parroquial, monaguillo, sierva, etc; es cómo Cristo impacta en mis decisiones, humildad, servicio, obediencia, fidelidad, armonía, convivencia. ¿Me están lavando los pies en mi parroquia, con elogios y reconocimiento o yo estoy lavando los pies de aquellos que necesitan conocer a Jesús? La nuevas generaciones necesitan ver una Iglesia en salida, al servicio de Jesús, creíble y no cargada de apariencias. No somos jueces ni dueños de la viña, somos siervos de aquel que nos amó y dio su vida por nosotros, somos seguidos de aquel que “nos amó hasta el extremo”. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Luis Tarrazzi

@luistarrazzi

No hay comentarios:

Publicar un comentario