sábado, 26 de noviembre de 2016

YA CONOCES LA VERDAD, FIDEL


La vida, sin la mirada puesta en la muerte, puede ser una trampa cargada de errores y arrogancias, de sueños estériles y de luchas vacías. Dijo Jesús: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?” (Marcos, 8,36), y en efecto, hoy la muerte de Fidel Castro, una muerte anhelada por muchos y temida por otros, nos recuerda estas palabras.

Siempre que muere una figura pública, política, de cierta importancia (amada u odiada), de esas que no pasan indiferentes ante las emociones de los que se enteran de su partida, me gusta señalar y reiterar como cristiano que no debemos desearle el infierno a nadie, porque la única vez que el demonio muestra una sonrisa sincera en su rostro es cuando le arrebata un alma a Dios.

La Cuba de Fidel Castro representó, en mi opinión, la Rusia de Europa en los tiempos bolcheviques. Unos conceptos de comunismo y revolución que tristemente abrazó Latinoamérica y que mi país todavía vive bajo la secuela del también fallecido presidente Hugo Chávez. Sí, a muchos Fidel hizo muchísimo daño. Cuando hubo personas que se vieron obligadas a dejar su país, arriesgando sus vidas en balsas improvisadas, sumada a las que murieron en el intento, cuando este país cayó en un profundo atraso tecnológico y regulación de alimentos, sin duda no podemos hablar humanamente hablando de progreso. Pero el principal daño que vivió Cuba en los tiempos de Fidel fue cuando la Iglesia fue reducida casi que a la nada, arrebatándole instituciones de acción social y eliminando la formación cristiana. Ya que claramente se sabe que Comunismo e Iglesia son agua y aceite.

Pero Fidel tuvo un por qué. Antes de su llegada muchos llamaban a Cuba el patio trasero de los EEUU y sin duda los niveles de popularidad y aceptación con los que llegó Fidel al poder hablan de una sociedad dolida, cargada de una enorme necesidad de cambio y anhelos de un futuro mejor. El problema de los que llegan al poder es que el demonio se sienta a su lado y si se aceptan sus ofertas de placeres y comodidades el gobernante lo acomoda como consejero político y de vida. Recordemos la última tentación que el demonio hiciera a Jesús en el desierto, Rey de reyes y Señor de señores: “le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos. Y le dijo: todas estas cosas te daré si, postrándote delante de mí, me adoras” (Mateo 4,1-11). Quien no llega con el Santo Temor de Dios a gobernar se convertirá en un sirviente del demonio.

Pero hoy Fidel, como todos algún día, conoce la verdad. Esa verdad de la que Cristo hablara a Pilatos (“Todo el que es de la verdad escucha mi voz”), esa verdad que salva (“Nadie viene al Padre sino es a través de mí”), y lo importante es que dentro de la infinita misericordia de Dios Fidel haya reconocido esta verdad, la haya aceptado y se haya salvado. Porque si Fidel se cerró la puerta de la misericordia la ganadora no será la justicia, será el demonio y nuevamente hoy el demonio habrá sonreído.

La justicia de Dios, que purifica con el dolor de nuestras culpas, salva. No se regocija con la condenación de ninguna alma. Fidel, como todos, para salvarse, deberá tener el dolor de sus errores, idolatrías y daños causados. No hay salvación sin ese dolor. Pero Fidel al salvarse sería un alma nueva, diferente a la que le embriagó este mundo cargado de poder, placeres y opresiones.

Que Fidel sea un ejemplo para los políticos del mundo, en especial los de mi amada Venezuela. Porque la muerte llega y no avisa. La muerte es la factura que deberemos pagar ante Dios y que cuando los fondos no alcanzan la fe en Cristo, su gracia, es la que señala: Tu deuda está saldada por mi Cruz. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.


Luis Tarrazzi

miércoles, 23 de noviembre de 2016

¿JUSTIFICAMOS MUCHO A DIOS?


Así como existen personas en extremo pesimistas, esos que en nada ven la esperanza de un cambio o de un milagro, existe el otro extremo que son las personas que ante todos los problemas y adversidades inyectan dosis de esperanza a las personas y afirman, recurrentemente, “Dios te va ayudar” o “Dios te dará lo que pides, fe”

Yo creo que ambos casos no son del todo edificantes porque al final hablar por Dios ante situaciones que desde fuera desconocemos sus causas y sus propósitos, y sin un sustento místico o de fe, es divagar. Una enfermedad, la dificultad para obtener una vivienda, una situación país socialmente complicada, la muerte de un ser querido, etc, ante la mirada de Dios puede tener un propósito que lejos de ayudar a prometer que cambiará, puede se agudice y deje una profunda enseñanza.

A Dios, como dicen muchos, hay que dejarlo ser Dios. Y Dios a veces dice que no, a veces los tiempos de dolor y sequedad son necesarios en almas muy desviadas del camino de la salvación. Porque de eso se trata, de salvarnos, no de consentirnos en deseos finitos.

No es correcto prometer por Dios. Decirle a un enfermo: “¡Yo decreto en el nombre de Jesús que vas a sanar!” o al necesitado que su situación cambiará. Y señalo que no es correcto porque cuando la sanación no llega o la realidad de momento no cambia la respuesta emocional del afectado, lógica y humana, es de decepción y distanciamiento. El creyente debe aprender amar a Dios por el solo hecho de ser Dios y confiar a ciegas en su providencia. Y que cada camino transitado, de espinas o espuma, ante la mirada de Dios no es vano, no es seco y no deja de llevar a una felicidad eterna.

Así, el salmo 23(22) señala hermosamente: “Aunque pase por el valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo; Tu vara y Tu cayado me infunden aliento”.

El siguiente soneto, anónimo, lo expresa extraordinariamente así:

No me mueve, mi Dios, para quererte
El cielo que me tienes prometido,
Ni me mueve el infierno tan temido
Para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
Clavado en una cruz y escarnecido,
Muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
Que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
Pues aunque lo que espero no esperara,
Lo mismo que te quiero te quisiera.

Como consejo, no prometamos por Dios, enseñemos a las personas a confiar en Dios, a refugiarse en él, a no buscar dioses falsos ni placebos espirituales. Porque así se lo cantamos a Cristo en la liturgia: “Quien cree en ti Señor, no morirá para siempre”. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.


Luis Tarrazzi