El 13 de marzo de 2013 el
argentino Jorge Mario Bergoglio fue electo por el colegio cardenalicio como el
nuevo sucesor de Pedro, convirtiéndose así en el sucesor 266 de la era
cristiana. En su primer saludo y en sus primeras palabras prácticamente patentó
la frase: “recen por mí”, un gancho
que nos habló al instante de la humildad de este hombre que el Espíritu Santo se sirvió convocar para
llevar las riendas de la Iglesia.
Pero a mí esa frase me advertía
un miedo que quizás Francisco comenzaba a experimentar, un miedo que parte del
reconocimiento de su condición humana,
una condición que en libertad puede darle la espalda a la voluntad de Dios y
caer en graves errores, tanto de testimonio como de coherencia. Sin embargo, en
Francisco, unido a su cargo papal, se adhería una condición dogmática que va de
la mano con las sucesiones, el dogma de infalibilidad papal.
Muchos comentarios que ha hecho
Francisco en torno a la homosexualidad, los divorciados vueltos a casar y el
más reciente, la posibilidad de un diaconado femenino, de verdad han causado
hondas molestias en las líneas más conservadoras de la fe, una línea a la cual
debo confesar yo forma parte. Pero también, por la gracia de Dios, este último
año he podido incorporar a mi fe herramientas que siempre han estado ahí pero que yo desconocía, herramientas que
incluyen conceptos como: La
Misericordia, la Conversión desde el Amor y el Respeto a la Voluntad de Dios. Así,
no podemos sobreponer la Ley por encima del amor de Dios, ni el pecado por
encima de la gracia.
Una época de durísimos debates
fueron los tiempos de la Iglesia primitiva. En el primer Concilio de Jerusalén
surge un primer debate, de raíz judía y que fue resuelto por un fariseo de
nombre Saulo de Tarso, o también conocido como Pablo. ¿La polémica?, ¿debían
circuncidarse los nuevos conversos al cristianismo que no fuesen judíos? Un grupo de los fariseos, conversos al
cristianismo, defendían la tesis que sí debían ser circuncidados. Pablo
decía que no, y en un debate sin grises fue la voz del papa, Pedro, la que solucionó
el asunto, no imponiendo la circuncisión e instando a las nuevas comunidades de
abstenerse
de lo sacrificado a ídolos, de sangre de ahogado y de fornicación.
Luego, más adelante nuevos
debates sobre la divinidad de Jesús o sobre su humanidad marcaron también
luchas intelectuales, cismas y persecuciones. Y siempre el lado del papa triunfó.
Las intensas oraciones que Jesús hiciera por Pedro y por la Iglesia hablan de
la importancia que radica en la fe estar del lado del papa, porque al final,
siendo el papa el principal servidor
de la Iglesia, en él se sostiene la doctrina y la fe, como garante y defensor
de la voluntad de Dios.
Es sano que el Santo Padre le dé
la cara a temas tan polémicos que en muchos casos han tenido una suerte de
resulta privada a criterio de cada pastor. El papa ha dado paso a todas las
posturas y esa apertura ha permitido conocer, como ocurrió en el sínodo de la
familia, qué tan alineada, qué tan clara y qué tan unida está nuestra fe. El
papa Francisco es espontáneo, público y diría hasta enemigo de las intrigas.
Hoy podemos afirmar que tenemos una Iglesia doctrinalmente dividida, y en
algunos casos, en algunas realidades episcopales, hasta divorciadas de la
voluntad de Dios y de la obediencia al Sumo
Pontífice.
El evangelio de hoy, día de Fátima,
nos recuerda un diálogo privado entre Jesús y Pedro luego de la resurrección y
a pocos días de la ascensión definitiva del Señor. En este diálogo, que parte
como una iniciativa purgante que buscaba corregir el error de Pedro tras su
negación a Cristo, encontramos lo siguiente:
“Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?". Él le
respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos".
Le volvió a decir por segunda vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me
amas?". Él le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús
le dijo: "Apacienta mis ovejas".
Le preguntó por tercera vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me
quieres?". Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo
quería, y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero".
Jesús le dijo: "Apacienta mis
ovejas.
Así queda muy claro que el único que puede apacentar a una
Iglesia dividida y en algunos casos extraviada de su enfoque evangelizador es
el sucesor de Pedro, hoy Francisco. No pensemos que Francisco es un
accidente y una amenaza para la doctrina católica. Pensemos que la amenaza ya
está en nosotros, en nuestras soberbias y en el colocar la ley por encima de la
gracia y el amor de Dios. La Ley no
salva, es la gracia de Dios recibida por los méritos de la pasión de Cristo la
que nos abre el camino a la salvación. Cumplir la ley es un derivado de
vivir la gracia, vivir la ley por sí sola no lleva la gracia, algo que explica
muy bien y ampliamente San Pablo en los capítulos 1 y 2 a los Romanos.
Lo que más me brinda seguridad en
torno al papa Francisco es el amor que profesa por la Iglesia y sus constantes
pedidos de oración por él, para que no caiga en el error humano de la indiferencia
o de sobreponer su ser por encima de su servicio. ¿Rezamos por el papa?, ¿lo
hacemos de verdad, con honestidad, sin soberbia? No son las leyes ni la
tradición las que han sostenido a la Iglesia por siglos, ha sido la voluntad y el amor de Dios por ella la
que la sostenido y la seguirá sosteniendo. “Recen
por mí”. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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