Antes de que me linchen aclaro
rápidamente la que renovación carismática es 100% católica. Fue reconocida
inicialmente por el papa Pablo VI y reafirmada por Juan Pablo II. Por lo tanto
este artículo puede interpretarse más como una exhortación que una crítica, una
opinión de motivación para algo que considero debe seguir y no como un semáforo
rojo que busca detenerla y reducir su valioso accionar pastoral.
Como todo lo de Dios que da
buenos frutos, esto debe ser protegido desde la HUMILDAD y la ORACIÓN. Estar
tan acostumbrados a dar nos puede hacer vernos en la realidad de que al buscar en el
saco de nuestras reservas espirituales, el mismo se encuentre vacío porque no
nos preocupamos de llenar, solo de sacar. La tentación de creernos los “administradores”
de la gracia es una de las grandes tentaciones a vencer a la hora de trabajar
con el Espíritu Santo, en invocación de dones, sanación o liberación.
Me centraré en dos temas para no
extenderme mucho, la sanación y la liberación. La sanación prometida por
Cristo, claramente no está referida al disfrute de salud para este mundo, esta
vida. Basta ver el final de los días humanos de nuestro Señor marcados por el dolor y el sufrimiento, o la vida de muchos
santos(as) como santa Teresa de Jesús, Padre Pio, Don Bosco, Alberto Hurtado,
etc; para ver que la salud y la distancia del sufrimiento no fue precisamente
de lo que más gozaron. Cristo prometió dicha, bienaventuranzas para la
eternidad y nos invitó a ser fuertes, firmes, a la hora de la persecución y el
desprecio. Muchas personas buscan en la renovación lo que los protestantes,
santeros o espiritistas ofrecen a sus feligresías, bienes materiales más que
espirituales, bienes físicos por encima de la santidad. Es común escuchar la
palabra “YO DECRETO” y luego una promesa de sanación inconsulta, no revelada y
muchas veces con resultados no deseados, lo cual hace sentir al necesitado de
salud una profunda decepción para con la fe o se siente miserable por no ser “merecedor”
de la sanación de Jesús. Y no, nuestra fe, y más en el maravilloso carisma de
la renovación, la ACEPTACIÓN DE LA VOLUNTAD DE DIOS es la clave, la obediencia
y la fidelidad aún en la prueba más dura, en la hora de gran dificultad.
Nosotros no podemos tener días de sanación y menos usar términos de “misas de
sanación” porque como me decía un sacerdote: “Todas las misas son de sanación”
No hay misas sanadoras porque anunciarlo así es invitar al pensamiento
complementario de que las misas restantes serán de no sanación. Inclusive es
una invitación a ir a la misa de un martes, miércoles o jueves (según sea el
caso) como una misa más importante que la del propio domingo que es por
excelencia la misa de precepto.
El otro aspecto que mencionaré es
la liberación. Peligroso ejercicio de conjuro ante el demonio donde muchos
pasan la raya de sus atribuciones y empiezan a ejercer sin AUTORIZACIÓN el
sacramental del exorcismo. Un exorcismo no debe ser ejercido por ningún laico
(jamás) o por ningún sacerdote sin la autorización expresa de un obispo. Ese es
el camino regular. La invitación que se le hace a la renovación y que resulta
de muchísima ayuda, explicado por exorcistas como el Padre Antonio Fortea, es
el acompañamiento en la oración donde se le pide a Dios o se pide la
intercesión a los santos para que, por medio de la oración y no bajo una acción
de increpar o conjurar uno (el laico) directamente al demonio, la persona sea liberada. También hay que
tener mucho cuidado de en todo ver a un demonio, porque no en toda depresión,
enfermedad o aflicción hay detrás una posesión, influencia o infestación.
Ciertamente el demonio martiriza desde su principal actividad, la tentación,
pero no todo se resuelve, a la ligera, con unas “fuertes” palabras de
liberación.
La principal acción pastoral de todo
laico y sacerdote, se tenga el carisma que se tenga, es el acercamiento a los
hombres al evangelio, la aceptación de Jesús como único salvador y mediador
entre El Padre y los hombres, la transmisión de amor, respeto, fidelidad y
obediencia a la Iglesia Católica y la invitación a la conversión, alejarnos del
pecado, inspirado en el Santo Temor de Dios, por cierto también un don del
Espíritu Santo. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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