miércoles, 11 de febrero de 2015

¿POR QUÉ TANTA SED?




Una de las cosas que marca la existencia del hombre moderno es la sed existencial, no la falta de felicidad porque esta pareciera ser calmada con placebos materiales.

Vivimos profundamente distraídos como en la Matrix de la película. Tantas ocupaciones y desafíos, tantos problemas resueltos y nacientes, tanta rutina del mañana que nos espera con una misma actividad y noches donde el agobio, cansancio y estrés solo alcanzan sosiego en la dulce y acogedora almohada.

Pero vivimos con sed. Nunca satisfechos aunque digamos que sí, nunca felices aunque respondamos que sí lo somos. Y es porque en este espacio tan corto de la existencia humana (marcado por los años finitos) pensamos que entre días y noche todo terminará en la nada, o lo peor, nos construimos un Dios que es como una puerta de catedral donde todos pasan y serán felices. Los temas de transcendencia hoy son robados por charlatanes místicos o grandes motivadores de la vida, poetas, filósofos, “expertos” en el amor y desamor porque lograron hilvanar unos párrafos y en ellos expresar, no la verdad, si no lo que en el fondo ellos saben es lo que nosotros, sus lectores, queríamos oír.

Un hermoso pasaje de la vida de Jesús cuenta su encuentro con una mujer samaritana en un pozo. Esta se sorprende de que un judío le pida de beber a ella, una samaritana, y Jesús agrega: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva”. Luego este relato desarrolla una enorme enseñanza, transcendental, para cualquier ser humano. Lo primero es que mientras vivamos tendremos sed, y no me refiero a la sed biológica, me refiero a la sed de Dios (aunque no le llamemos Dios sino energía, fuerza o qué se yo). Segundo que solo en Cristo encontramos sentido a nuestra existencia. Un sentido marcado por la gratitud ya que gracias a él, a su encarnación, hoy, la era post cristiana, puede hablar de un cielo, de una salvación. Todas las generaciones anteriores de Jesús encontraron un cielo cerrado por el candado del pecado no redimido. Siglos pasaron, muchos siglos, para que justos como Abraham, Moisés, Isaías, etc pudieran ver el rostro de Dios y gozar de las delicias espirituales de la eternidad. San Agustín expresa muy bien el carácter inquieto de nuestra existencia cuando expresó: “Señor tu nos hiciste para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”

Hoy, con una verdad tan relativizada, es difícil cautivar expresando un solo camino hacia la eternidad sin sed. Porque también habrá una eternidad más sedienta que la que vivimos hoy para quienes se nieguen a recibir a Jesús en sus vidas. Una sed que quemará mas no consumirá.

Quienes viven muy cargados, y me refiero a los que están profundamente buceando en los océanos de esta vida, cuando tienen una pequeñita experiencia de Dios, en un retiro, una charla o hasta una canción, no pocas veces explotan en llanto o son agudamente sensibilizadas.  Esa gota de gracia dicta solo una verdad, que la sed de Dios es tal que cuando tenemos una pequeña experiencia con él nos embriaga e impacta nuestra rutina. Entonces, ¿por qué negarnos a esa gracia?, ¿por qué negarnos al perdón, al amor y el abrazo de Dios? Quizás porque la mayoría no lo hace. Porque el río es más cómodo en corriente que contra corriente. Quizás porque nos robaron el anhelo de Dios en un mundo que gira, trabaja y camina para su propio beneficio, no para adorar, amar y servir a su creador. Sólo terminaré con las palabras de Pedro: “Señor a dónde iremos si tú tienes palabras de vida eterna”. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi




sábado, 7 de febrero de 2015

MIGRAR SIN DIOS






Venezuela, mi país, hoy se ha convertido en un asiento de eyección, un país donde por temor o por obligación, pareciera lo más correcto huir de ella. Y es que efectivamente cualquier razón es justificable para dejarle al galope. Violencia, escases, anarquía, pobreza educativa, carencia de oportunidades, desestimación de la esfuerzo académico a la hora de aspirar buenos ingresos, etc, etc, etc. 


Así que el dilema existente para mí es: migrar sin Dios o quedarnos en la incertidumbre con él. Las aspiraciones de los padres para con sus hijos siempre están basadas en los éxitos profesionales, la seguridad y la constitución familiar.  Todos los padres quieren que sus hijos sean felices a toda costa y sin duda, esa felicidad, la que he descrito, en Venezuela, a distancia, se podrá alcanzar. Jesús siempre nos enseñó que no somos seres de este mundo, pero el mundo nos convenció de otra cosa y eso es difícil rebatirlo.

A los padres modernos no les interesa (sin generalizar al 100%) que sus hijos sean creyentes en Dios y menos relevante que sean buenos cristianos católicos. Les interesa que sus hijos vivan, lo más que se puedan, y sean prósperos en economía y bienes materiales. El mundo desarrollado de las ciudades modernas enamora, emborracha la conciencia y calla los gritos del alma de estar con su creador. Y eso lo demuestran las conductas. Si no van a misa todos los domingos poco les importará si ha donde van hay iglesias católicas. Si no se confiesan sacramentalmente o adoran a Jesús eucarísticamente poco relevante será si a donde migran la vocación sacerdotal está en picada. Uno ve el brillo en los ojos de los padres que tienen hijos fuera de Venezuela cuando algunos te dicen: “Allá tiene su casa, su carro y su buen trabajo” La santísima trinidad moderna. 

Pero, ¿Qué propongo, quedarnos en Venezuela expuestos al mal y sufrir, sin oportunidades?, francamente no tengo respuesta a eso. Capaz en el futuro yo mismo migraré. Pero me angustia que mi búsqueda de un futuro mejor me haga olvidarme de Dios, engavetarlo en los recuerdos anecdóticos de una fe que muchos piensan está en extinción. Pero, es que me alberga la esperanza en un Dios que siempre triunfa, en un Dios que no nos abandona, un Dios que ama a sus hijos VENEZOLANOS como a la “niña de sus ojos”.

Quizás mi mensaje es que Venezuela necesita, más que nunca, de sus cristianos practicantes. No de los que se dicen cristianos alejados de la misa, de la adoración. Le hablo a los que oran, adoran y se sacrifican. Un cristiano sin esperanza es un cristiano muerto. Y quizás migrar es el traslado de cadáveres espirituales que buscan en la distancia, vivir mejor en lo finito y no en la eternidad.

Sé que muchas de mis afirmaciones pueden ser injustas, pido perdón por ello. Solo les pido que al migrar verifiquen que el mismo Dios que dejan será el mismo que los recibirá. Y no lo digo metafóricamente. Si la Eucaristía que abandonan acá no la encontrarán donde van, habrán migrado sin Dios. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

martes, 3 de febrero de 2015

EL PECADO Y LAS CUCARACHAS





Cuando veo una cucaracha en mi casa siempre me cuestiono el por qué si soy enemigo de la mugre, la suciedad. Siempre había asociado la presencia de cucarachas a casas sucias o habitantes poco aseados. Pero, si bien eso contribuye, la respuesta de su aparición en un hogar no siempre se explica con la mugre, sino con las entradas.

El pecado es así. Un alma en gracia no es inmune al pecado. El pecado le rodea, le asecha, y cuando consigue una brecha entra.

Las cucarachas, como el pecado, entran de afuera. Puede ser que una vez dentro se reproduzcan y hagan morada. Pero no pertenecen ni al  hogar ni a nuestro cuerpo. 

El pecado, como las cucarachas, se oculta y hacen mayor vida en la aparente oscuridad. Pero la luz de la verdad le sorprende y cuando le sorprende desagrada, asusta. 

Las cucarachas, en condiciones normales, no agradan a nadie, pero sí es cierto que nos podemos acostumbrar a vivir con ellas. Con el pecado ocurre lo mismo. A veces por no saber cómo deshacernos de él o por impotencia, le dejamos ahí ocupando y ensuciando nuestro hogar, nuestro entorno.

Finalmente, las cucarachas, contrario a lo que se piensa, son animales limpios. Si bien siempre están en torno a los alimentos y la mugre, ellas se dice constantemente se están aseando. El pecado, es en este aspecto antagónico, porque puede aparentar limpieza, libertad, pero está lleno de mugre y nos hace incompatibles con la purísima gracia de la santidad.

No lograremos acabar con las cucarachas, pero sí podemos acabar con el pecado en Cristo, en quien todo lo podemos. Dios los bendiga, nos vemos en la oración

Lic. Luis Tarrazzi