Una de las cosas que marca la
existencia del hombre moderno es la sed existencial, no la falta de felicidad porque
esta pareciera ser calmada con placebos materiales.
Vivimos profundamente distraídos
como en la Matrix de la película. Tantas ocupaciones y desafíos, tantos
problemas resueltos y nacientes, tanta rutina del mañana que nos espera con una
misma actividad y noches donde el agobio, cansancio y estrés solo alcanzan
sosiego en la dulce y acogedora almohada.
Pero vivimos con sed. Nunca
satisfechos aunque digamos que sí, nunca felices aunque respondamos que sí lo
somos. Y es porque en este espacio tan corto de la existencia humana (marcado
por los años finitos) pensamos que entre días y noche todo terminará en la
nada, o lo peor, nos construimos un Dios que es como una puerta de catedral
donde todos pasan y serán felices. Los temas de transcendencia hoy son robados
por charlatanes místicos o grandes motivadores de la vida, poetas, filósofos, “expertos”
en el amor y desamor porque lograron hilvanar unos párrafos y en ellos expresar,
no la verdad, si no lo que en el fondo ellos saben es lo que nosotros, sus
lectores, queríamos oír.
Un hermoso pasaje de la vida de
Jesús cuenta su encuentro con una mujer samaritana en un pozo. Esta se
sorprende de que un judío le pida de beber a ella, una samaritana, y Jesús agrega:
“Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le
pedirías, y él te daría agua viva”. Luego este relato desarrolla una enorme
enseñanza, transcendental, para cualquier ser humano. Lo primero es que
mientras vivamos tendremos sed, y no me refiero a la sed biológica, me refiero
a la sed de Dios (aunque no le llamemos Dios sino energía, fuerza o qué se yo).
Segundo que solo en Cristo encontramos sentido a nuestra existencia. Un sentido
marcado por la gratitud ya que gracias a él, a su encarnación, hoy, la era post
cristiana, puede hablar de un cielo, de una salvación. Todas las generaciones
anteriores de Jesús encontraron un cielo cerrado por el candado del pecado no
redimido. Siglos pasaron, muchos siglos, para que justos como Abraham, Moisés,
Isaías, etc pudieran ver el rostro de Dios y gozar de las delicias espirituales
de la eternidad. San Agustín expresa muy bien el carácter inquieto de nuestra
existencia cuando expresó: “Señor tu nos hiciste para ti y nuestro corazón
estará inquieto hasta que descanse en ti”
Hoy, con una verdad tan
relativizada, es difícil cautivar expresando un solo camino hacia la eternidad
sin sed. Porque también habrá una eternidad más sedienta que la que vivimos hoy
para quienes se nieguen a recibir a Jesús en sus vidas. Una sed que quemará mas
no consumirá.
Quienes viven muy cargados, y me
refiero a los que están profundamente buceando en los océanos de esta vida,
cuando tienen una pequeñita experiencia de Dios, en un retiro, una charla o
hasta una canción, no pocas veces explotan en llanto o son agudamente sensibilizadas. Esa gota de gracia dicta solo una verdad, que
la sed de Dios es tal que cuando tenemos una pequeña experiencia con él nos embriaga
e impacta nuestra rutina. Entonces, ¿por qué negarnos a esa gracia?, ¿por qué
negarnos al perdón, al amor y el abrazo de Dios? Quizás porque la mayoría no lo
hace. Porque el río es más cómodo en corriente que contra corriente. Quizás
porque nos robaron el anhelo de Dios en un mundo que gira, trabaja y camina
para su propio beneficio, no para adorar, amar y servir a su creador. Sólo
terminaré con las palabras de Pedro: “Señor a dónde iremos si tú tienes
palabras de vida eterna”. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi