Cada 28 de diciembre la iglesia
nos invita a recordar un acontecimiento dantesco que sin duda debió ser de gran
impacto social y prácticamente insanable para sus dolientes. Fue el día en el
cual Herodes mandó asesinar a todos los niños menores de dos años de edad persiguiendo
un temor, una profecía. En esas épocas donde los reyes siniestros veían
traiciones hasta en sus sombras y el temor de perder el poder era agudo.
Pensando sobre esta fecha pensé
en nuestra actitud ante el pecado y nuestros actos de Herodes para asesinar
nuestra conciencia. Todo pecado, así sea fugazmente, inicia en el pensamiento.
Comparto la idea que Dios nos habla a través de la conciencia cuando, previo
alguna conducta, sentimos un freno, un NO que muchas veces mandamos asesinar.
Jesús habita y nace en todos
nosotros. Vive en nuestro pensamiento y a medida que lo vamos conociendo (con
la catequesis familiar y pastoral) se debe ir asentando y reflejando en
nuestras conductas. Cuando, por el libre albedrío, comenzamos a sentir
tentaciones e invitaciones a pecar, nos visitan los reyes magos del pensamiento
llevándonos o recordándonos el anuncio de que Jesús está en nosotros, que
debemos adorarle y alejarnos del mal camino. Es aquí cuando puede abordarnos
una actitud herodiana y tras escuchar el llamado mandamos asesinar todo
pensamiento restrictivo. Lo barremos todo y luego de intentar borrar a Dios de
nuestra mente, estamos prestos a entregarnos al pecado.
Pero Dios no muere. Nuestra
maldad no le alcanza ni le mancha. Él migra al Egipto de nuestro corazón y
espera, pacientemente a que nuestro Herodes se consuma. Y una vez muere ese
Herodes que nos gobierna, él regresa triunfante para habitar nuevamente el
Belén de nuestro pensamiento.
No obstante no siempre se logra
ese final feliz. Porque muchas veces el amor a Herodes es tan grande que cuando
él muere morimos con él. Porque Jesús siempre triunfará sobre el pecado, sobre
el mal, pero su triunfo sobre nosotros no está garantizados porque somos LIBRES
de amarle o rechazarle. Jesús no es vencido, somos nosotros los derrotados.
El día de los santos inocentes,
fuera de las bochornosas bromas que hoy inspira, es un día para recordarnos que
nosotros hoy también podemos intentar asesinar a Jesús, porque tememos que
nuestras vidas de placeres y excesos sucumban, porque tememos entregar el trono
a su único y verdadero dueño. Que Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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