Nos hemos enterado de la muerte de un grande del fútbol, Edson Arantes do Nascimento, mejor conocido como Pelé, el rey. Único jugador en la historia del fútbol capaz de levantar tres copas del mundo y, aunque el propósito de este artículo no es exponer estadísticas del fútbol en torno a este jugador (ya que experto no soy), sí quería proyectar mi idea hacia lo que derivan los muchos acontecimientos de la vida humana, el final.
Todos los ídolos del mundo, algunos grandes ejemplos, otros
no, han tenido que pasar por la realidad de que sus vidas finitas terminan. La
humanidad ha despedido políticos, artistas, deportistas, famosos en general y la
dinámica es la misma: homenajes, documentales, bellos recuerdos y luego ¡a
seguir adelante!
Y es que ni el más grande futbolista de la historia, con más de 1.000 goles de por vida, pudo hacerle un gol a ese portero que lo detiene todo, al portero que se planta frente a ti y te dice: “hasta aquí”.
Por ello, la esencia de la vida no está en lo que
logramos para el mundo, sino, como diría nuestro amado Jesús, lo que logramos
para esa vida eterna, en donde Pelé, conociendo la verdad, la justicia y la
misericordia de Dios, estará el resto de su existencia. Y sí, me atrevería a
decir, que el mejor recuerdo para un ser admirado como él, es orar por su alma.
Porque el cielo no es un embudo donde todos pasan y entran, es una recompensa a
muchas cosas que solo Dios podrá juzgar.
¡Qué buen recuerdo deportivo deja Pelé al mundo del
deporte!, ahora a ponerse la camiseta de la única selección que jamás perderá
ningún juego, la camiseta de la santidad.
Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Luis Tarrazzi