Sin
ponernos muy catedráticos y si
tuviésemos que definir la palabra carisma,
a la luz de la fe cristiana católica,
podríamos decir que es el modo de vida que Dios inspira en hombres
y mujeres santos para seguirle según su voluntad. Lo hermoso de los
carismas es que no son homogéneos pero sí buscan un mismo fin, el encuentro con Jesús para la salvación de
las almas.
Los
carismas son necesarios porque la mayoría de los cristianos católicos
requerimos de liderazgos contemporáneos o históricos para orientar nuestro modo
de seguir y servir a Dios. Así un carisma es un recurso de fe mas no es el fin
en sí mismo. Es carisma puede cumplir un tiempo, dar respuesta a un momento
histórico o de hecho puede cambiar, pero siempre dentro del mismo marco donde
transitan todos los carismas, la Iglesia Católica. Si comparáramos el carisma
con una aplicación de play store la Iglesia sería el internet.
Luego
de esta larga introducción que elogia los carismas debemos advertir sobre los
riesgos del mismo: el sectarismo. Es
muy común que defendamos desde los carismas los procesos de inculturación, pero
a veces puede ocurrir que entre carismas, al ser comparados, surjan rivalidades
o celos. La frase: “¡ese no es nuestro carisma!”ó “debes conocer mejor nuestro
carisma” rescata que no pocas veces se despierta más celo por la
membresía que por la Iglesia.
Es
peligroso profundizar caminos de evangelización solo desde un carisma sin la
previa base común, doctrinal, católica. Así, podemos correr el riesgo del
sínodo de la Amazonía, que en sus nobles intensiones rayó y pasó la línea en
enfoques panteístas, hiperecologistas, hipo evangelizadores y, como en el caso
del celibato sacerdotal, hasta rebeldes.
Una
secta filtra la realidad desde su pequeña concepción, insta a sus miembros a
adaptarse a las exigencias propias y ve rivalidad en quienes piensan diferente.
Un carisma se vuelve opción, como lo sería una persona que le guste la
renovación carismática vs los que prefieran la contemplación y el silencio. Un
carisma te permite caminar entre los jesuitas y el opus dei, ambos con santos
fundadores y ambos a razón de un mismo propósito.
Luego
de que Jesús expulsara a los vendedores del templo, dice el evangelio (Juan 2,
17) que “sus discípulos se acordaron de lo que dice la Escritura: “Me devora el
celo por tu casa”. Este es el punto que debe unir los carismas, la casa común y nuestra Iglesia
Católica, de siempre, ha necesitado esta consolidación y comprensión de la
misión. El carisma podría secarse, transformarse o multiplicarse, pero la casa
común seguirá hasta el fin de los tiempos.
Dios
les bendiga, nos vemos en la oración.
Luis
Tarrazzi