Muchos de nosotros en la niñez
jugamos la PAPA CALIENTE, juego que consistía en pasarnos un objeto y alguien,
que no estaba viendo, decía muchas veces “papa caliente” hasta que al detenerse
a quien le quedaba la papa le tocaba una penitencia o perdía. Este juego jamás
pensé que se convertiría en una filosofía de crianza infantil donde el objeto
sería el niño y la penitencia quien le toque tenerlo.
Muchos padres repiten
infinitamente la bendición que resulta tener un hijo y esto no tiene un ápice de
falsedad. Tener un hijo es una bendición, solo que la tortura comienza con la
mala crianza y el poco tiempo que le dedicamos a esa bendición. Así esa
criatura crece, indeteniblemente, y se convierte en una molestia o complicación
para los “padres modernos”, los “padres dinámicos”, los “padres proactivos”. Yo
lo he visto por muchos años en mi trabajo, un centro de internet, donde cuando
empiezan los períodos vacacionales propios del período escolar, pretenden
dejarlos en mi trabajo como si aquello fuese una guardería porque “no tienen
con quién dejarlos” o el niño “se fastidia en la casa” (lo que se traduce como:
“el niño fastidia en la casa”). La lucha entre docentes o representantes hoy
por hoy no se da en el terreno de la calidad de la enseñanza, sino de las
críticas de malos hábitos de conducta. Docentes que reiteran que la escuela
transmite conocimiento por encima de normas de convivencia, y los
representantes que más que pedir calidad imploran les inscriban a sus hijos en
lugares “seguros” para ellos poder trabajar tranquilos.
El ocupar el tiempo de los hijos
en actividades escolares y extra escolares también es parte de la receta de
estos tiempos vertiginosos. Así los deportes, planes vacacionales, el arte, etc
resulta una buena alternativa para ocupar a los hijos bajo la excelente e
irrefutable excusa de que los estamos entrenando para la vida con la plusvalía
de que al agotarlos físicamente tendremos un poco de paz en la casa.
Me resulta muy difícil no evaluar
los peligros que derivan de esto. Quizás porque la meta de muchos padres
modernos es ocupar a sus hijos por encima de educar. Y cada segundo de vida en
un niño es una gota de enseñanza, esté donde esté y con quien esté. Quizás
tendremos hijos educados por los compañeros de clase, más los compañeros de
alguna actividad deportiva, más las opiniones del instructor de algo, con una
pizca de calle y mundanidad adquirida en las calles que permiten las conexiones
entre cada actividad. Y así, los hijos al crecer se desdibujan, más que de
nuestras intenciones y deseos de crianza, de nosotros mismos. Y la
irreversibilidad de esta condición protegida por conceptos de libertinaje, de
aparente autocontrol y falso dominio del ser y amparados bajo la mediocre gratitud
del decir: “por lo menos son unos malandros” (que por cierto, sí puede que lo
sean) frustrará la esperanza del mundo de tener mejor ciudadanos.
Los hijos distan de ser un accesorio
del matrimonio y requieren, agotadoramente, de las ojeras paternas para que se
mantengan en el andén de la santidad, sin descarrilarse. Los hijos necesitan de
Dios y del santo temor que el Espíritu Santo da como herramienta contra el mal
en todas sus formas. Los hijos estorbarán en la medida en que se diluya en sus
vidas la efervescencia del respeto a los padres, es decir, en la medida en que
sus padres se pierdan dentro de su propio concepto y se reflejen como unos
proveedores de cosas, nada más.
Los hijos necesitan tener
incrustados en su psique la respuesta del ¿por qué existo? (por la santidad).
Los hijos necesitan saber que la calma y la quietud también forman parte de la
vida. Necesitan saberse escuchar. Necesitan tener roles en el hogar que les
forjen el ser disciplinados con hábitos repetidos como la limpieza. Los hijos
estorban solo a los padres que estorban, a padres que viven tanto para terceros
que su hogar se convierte en un refugio que se recoge en las noches y cada
mañana los impulsa a un nuevo día lleno de rutina y mundanidad.
Dios invierte en vida, los padres
administran la inversión y los hijos son las consecuencias de la
administración, no del inversionista. Dios los bendiga, nos vemos en la
oración.
Lic. Luis Tarrazzi