En
algún punto de nuestros valores sociales, las historias de amor, basadas en la fidelidad, migraron artísticamente a la apologética de la
infidelidad. Las letras musicales, las series, películas, transformaron el amor
por pasión, y sustituyeron a los amantes por los esposos.
Todavía
hay quienes pensarán que esto no tiene nada que ver en las influencias y
determinaciones de las estructuras de valores sociales, en especial en los
jóvenes, pero yo opino todo lo contrario; influye y mucho.
Lo
destacado de todo esto es que la infidelidad es sabrosa y apetecible para
quienes la practican pero sigue siendo muy dolorosa para quienes la padecen
como víctimas. Paradójicamente aunque nos sigan diciendo “felices los cuatro”, la exigencia de exclusividad en el amor, en
especial en el amor de pareja, es un innegociable en las conciencias de los que
dicen ese sí a otro, un sí que da acceso al cuerpo, a los pensamientos, a los
bienes y a toda tu vida.
Uno
ve estas historias tan repetidas entre los famosos que hasta uno llega a preguntarse
¿y para qué se casan? Y la respuesta es porque, quizás, esa frase del Génesis
que enseña que nos hicieron para vivir en el amor, en pareja, en familia, es cierta (“y por ello el hombre dejará a su padre y a
su madre, se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne” – Génesis 2,24).
Esto
que diré no es innovador, muchos ya lo han dicho antes, pero es bueno recordar
que ni toda la fama, el dinero, el poder y la gloria (humana) son garantes ni
proveedores de salud, paz emocional y madurez. No entender el valor de la familia
y los riesgos inherentes a transgredir algo tan sagrado como la fidelidad
matrimonial, es fruto de un retroceso en la evolución ciudadana.
No
juzgo a Piqué ni a Shakira. Oraré por ellos y sobre todo por sus hijos (siempre
los que más sufren con estas separaciones). Al final sus tiempos útiles de
entretenimiento para el mundo pasarán, se quedarán con sus fortunas y entrarán
en el espacio más consciente del que no podemos escapar, ese que nos invita a
mirar nuestras vidas y cohabitar eternamente con nuestros propios yo. Ahí, solo recomendarles a Dios como el mejor amigo para sanar.
Cuando
las historias de amor sean lo que realmente deben ser, y no apologías de
adulterios, traiciones y pasiones, quizás veremos más estabilidad en un
sacramento en extinción, el sacramento del matrimonio.
Dios
los bendiga, nos vemos en la oración
Luis
Tarrazzi