Actualmente,
desde el ministerio Abrazando Nuestra Fe, donde desarrollo varias
actividades de formación y oración vía redes sociales, en una de esas
actividades hay una serie que he
llamado: Graduados en Cristo, en la
cual voy por el episodio 53. En ella, el propósito es exponer brevemente
la vida de mujeres y hombres que, desde el aval católico, han sido proclamados
santos, es decir, gozan de la corona que nunca se marchitará (citando a San
Pablo en 1era de Corintios, 9, 24-27).
Es una
constante, en estas vidas de santos, que al iniciar la lectura de sus vidas,
previo a la reflexión, en el primer
párrafo, aparezcan: su fecha de nacimiento y quiénes eran sus padres. En algunos casos destacan virtudes de
ejercicio de fe, caridad, bondad, pero también no deja de ser cierto que en
otros este brillo solo aparece en uno más que en otro. Luego que se hacen breves referencias de los padres, se entra de lleno en el camino de vida de
estas figuras, semillas y pilares del estímulo cristiano para adherirnos al
amor de Cristo.
Aspirar ser padres del primer párrafo
es profundizar en la mirada de la formación y valores de nuestros hijos, no
bajo el único deseo del protagonismo del mundo ante el reconocimiento de esa santidad, pero sí bajo el enorme orgullo de saber que Dios nos dio uno, dos o
cinco talentos (hijos), y nosotros le retribuimos, de esa misma confianza, dos,
cuatro o diez frutos de santidad.
A veces la
combinación de padres no explica la calidad de los hijos, y esto aplica en
ambos sentidos. Los hijos del profeta Samuel no fueron ni la sombra de lo que
fue su padre. Los desvaríos de Salomón, pese a su sabiduría, no fueron acordes
al respeto y temor de Dios que mostró el rey David. Pero tampoco parece lógica
la combinación de padres que tuvo un Francisco de Asís para llevarlo a vivir un
hambre de Dios casi hasta la locura. Pero diría que casi en todos los casos
ayudaron muchísimo sociedades, sacerdotes, religiosas o formadores (maestros)
que tenían presencia de Dios; y el mismo Dios que cuando se antoja va con todo
su amor por ese antojo.
Ojalá en la biografía de mi hijo, Miguel Ángel, hijo del pecador Luis y su bondadosa madre
Wendy, derive, brote la figura de un ser que llegó a Dios con un arnés
de escalada y la soga que marcó la huella del camino, que permita a otros llegar al
amor eterno, El Padre, El Hijo y El Espíritu Santo.
Dios los
bendiga, nos vemos en la oración
Luis
Tarrazzi