Una vez me pregunté si sería posible que al momento de nuestra muerte, cuando vayamos al encuentro con Dios, algún ser humano muera sin que nadie de los que queden con vida hayan sentido o sientan rencor, odio, pesadez, decepción, ira hacia él. Es que hasta el mismo Jesús, el santo de los santos, desde la Cruz tuvo adversarios.
Al profundizar en este análisis cada cierto tiempo hago un
monitoreo de las personas que yo percibo no sienten mucho cariño hacia mí,
personas a las que les haya decepcionado o lastimado con conciencia o de manera
inconsciente, y nunca ha quedado la
lista en blanco. Siempre aparece alguien. Quizás, por los años,
algunos(as) ya ni piensen en mí y sea una suerte de perdón por olvido y otros,
más recientes, se sumen a la lista por decisiones laborales, diferencias políticas,
conflictos familiares, etc; es decir, también se sientan afectivamente
distantes a mí.
Estas personas son el cable tierra de nuestra salvación. Son
la parte oscura que por lo general tenemos disfrazada por formas inteligentes
de vendernos, relacionarnos, proyectarnos. Estas personas son las que en lo
particular pido que contacten cuando Dios decida llamarme. ¿Por qué?, lo
explicaré con esta historia:
En el libro Una Maravillosa Historia de Fe: Beata Ana
Catalina Emmeri cuya autoría es del Padre Ángel Peña, O. A. R.
aparece la vida de esta Beata con grandísimos dones sobrenaturales. Ella en una
de sus historias y visiones narra lo siguiente:
El “27 de octubre de
1821, fui conducida junto a una mujer que estaba a punto de perderse. Luché con
Satanás delante del lecho de la enferma, pero el demonio me echó de allí. Era
demasiado tarde… Esta mujer estaba
casada y tenía hijos. Era tenida por muy buena y vivía según el mundo y la moda.
Tenía trato ilícito con un sacerdote y había callado en la confesión este
pecado. Había recibido los santos sacramentos y todos se hacían lenguas de su
buena preparación y disposición para bien morir… Todos mis esfuerzos resultaron
vanos. Era demasiado tarde, no fue posible acercarse a ella y murió. Era
espantoso ver a Satanás llevarse aquella alma. Yo lloré y grité. Una indiscreta
anciana entró y consoló a los parientes de la difunta, hablándoles de su
hermosa muerte. Al pasar por un puente para ir a la ciudad me encontré con
muchas personas que querían ir a la casa de la difunta, y yo me decía a mí
misma: “Si hubieran visto lo que yo he visto, ciertamente huirían de su
presencia””
Esta historia, cuando la leí, me hizo pensar en lo siguiente.
¿Cuántas personas nos tienen por buenos, íntegros, correctos y quizás algunos
que nos tienen más amor hasta por santos? Pero en la verdad de Dios que es
perfecta aparecen tantas faltas, pecados de pensamientos, palabras, obras y
omisión que viven a la sombra del mundo pero a la luz de la verdad.
Algo que me genera temor, como en la historia que les
compartí en este artículo, es que al morir nadie rece por mí por no creerlo
necesario. Quizás esa mujer se pudo salvar si se le hubiese tenido como una pecadora y no como alguien
bueno, porque eso habría permitido la valiosa oración de intercesión, las misas
de reparación y así la misericordia de Dios aparecía y no solo su juicio. Como
nos dirá el apóstol Santiago en su epístola: “tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo misericordia; pero la
misericordia se siente superior al juicio." (Santiago 2,13)
Es siempre fundamental orar por quienes se nos van, así el
lado que nosotros hayamos conocido sea solo el lado bueno, de luminosidad.
Porque todos tenemos sombras y deudas que pagar y este relato de la beata deja
claro que lo que nos salvará no será nuestra popularidad, las impresiones
positivas en mayoría, sino la verdad, la verdad y solo la verdad. Dios los
bendiga, nos vemos en la oración
Luis Tarrazzi
Correo: abrazandonuestrafe@hotmail.com