miércoles, 15 de marzo de 2017

LE DIGO YO, EN NOMBRE DE MI IGLESIA Sr. LONDOÑO



Nos molesta la misericordia y la percepción de amor hacia aquellas personas que sentimos nos han hecho daño o le han hecho daño a lo que amamos, como por ejemplo nuestro país. Lo que expresan sus líneas señor Londoño sobre la futura visita del papa Francisco a Colombia, donde queda clara y evidente la historia de delito, violencia y odio de las FARC hacia sus coterráneos y posiblemente, intuyo, su cuestionamiento de que el Santo Padre vaya a bendecir a algunas personas que, en su opinión, no serían dignas de tal gracia; es lo mismo que desde Venezuela uno puede sentir, y siento, hacia un gobierno que nos arrastra con profunda y clara voluntad, hacia la peor pobreza y miseria conocida en nuestra historia republicana.

Sí señor Londoño, es complejo entender cómo el bien puede aceptar pisar el lodo del mal, sentarse en su mesa y además extenderle sus manos para un abrazo de conversión.

Sí señor Londoño, es complejo entender que el bien siempre tenga esa absurda esperanza (absurda para algunos) de creer que el mal podrá retroceder, un mal que funciona como bloque, que ostenta poder y placeres.

Sí señor Londoño, es complejo concluir que el catolicismo en su país se haya mermado por obispos (en su escrito pareciera una gran mayoría) que se decantaron por la política o el silencio cómplice, porque yo le diría que si en su país se mermó, en el mío, una fe viva y pujante, reflejada en sus calles, aulas y hogares, está en pleno viernes santos.

Sí señor Londoño, es complejo entender que exista un Dios que mira de lo alto a los secuestrados, a las ultrajadas, a los narcos, a los corruptas y pareciera no hacer nada, absolutamente nada. Pero es que cuando a veces Dios intenta algo salen críticos, “expertos”, que cuestionan su providencia y su emisario, el papa, ya tiene detractores.

Jesús, señor Londoño, le tocó escuchar críticas de este tipo. Cuando le dice a Zaqueo (arto pecador) que quería comer en su casa, citando el evangelio: “todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador”. (Lucas 19,7).

Cuando recibió a una prostituta con cariño que mojaba sus pies con sus lágrimas, de los pensamientos de los presentes, en especial del anfitrión, fariseo, que lo invitó a su casa, salió este pensamiento: “Si éste fuera un profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, que es una pecadora”. (Lucas 7,39).

Cuando sanó a un hombre un día sábado, previo a la sanación había un grupo de espectadores que, cuenta el evangelio, “…estaban vigilando a Jesús para ver si sanaba a ese hombre en día sábado, y poder así acusarlo de trabajar en ese día de descanso”. (Marcos 3,2).

Así cabe la pregunta: ¿Usted ve en el papa a un hombre de Dios a un político nada más?, porque si usted ve en el santo Padre a un emisario de la paz como el Dalai Lama o Ghandi pues su advertencia tendría cabida, sería decirle a un pacifista: “acá no vengas porque acá ya hemos perdido la esperanza de cambio y los enemigos que te recibirán están viciados”. O como usted señala: “no tienen alma”. Pero si el Santo Padre es, que es en realidad lo que es, un emisario de Dios, un profeta que tiene en su poder las llaves del Reino y es la cabeza visible de la Iglesia, su ida a Colombia no es porque sea un país santo, católico o bendecido; quizás Francisco le diría, citando a Jesús: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento”. (Lucas 5,32), porque un alma negra, carente de toda luz no es sinónimo de inexistencia, es sinónimo de enfermedad.

La superioridad moral que muchos profesan es peligrosa, esa que evalúa lo que otros hacen y solo disparan desde un sillón cómodo a quienes asumen su rol profético evangelizador. Con esto no intento desestimar sus observaciones en torno a las FARC y al gobierno colombiano que usted conocerá mejor que yo, pero le invito a mirar al mundo como Dios lo ve, con el mismo amor del Padre que lucha porque salvar a un hijo enfermo, perdido o en peligro de muerte (condenación). No tenemos a un papa perfecto, pero sí tenemos todavía ocupada y con orgullo, fruto de una promesa que no morirá, la silla de Pedro. ¡Ay de aquellos que tienen el corazón vacío de amor!, porque “Si solo amamos a los que nos aman, ¿qué méritos tenemos? (parafraseando a Lucas 6,32). Dios lo bendiga, nos vemos en la oración.

Luis Tarrazzi

P/D: Escrito en respuesta a este artículo: http://www.thaniavega.co/blog/digale-a-su-santidad-senor-nuncio/