sábado, 28 de enero de 2017

EL PECADO ES AL ALMA LO QUE EL ALQUITRÁN AL PULMÓN



Una de las enfermedades más terribles narradas en los tiempos de Jesús era la lepra. Una enfermedad que básicamente consistía en el deterioro sistemático de la piel y cuya impresión y desprecio visual era innegable. Tanto así que por ley, el leproso debía vivir apartado de su comunidad y tener una campana que anunciara su cercanía o llegada a un lugar.

La lepra no es, en esencia, muy diferente al daño terrible que sufren los pulmones por el consumo de cigarrillo, pasivo o activo.
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La diferencia es lo que logramos ver a lo que llevamos en privado o imperceptible a nuestros ojos. Si el consumo de cigarrillo generara daños visibles tan severos como los de la lepra ¿hubiese tantos fumadores?

Con el pecado ocurre lo mismo, pero a nivel espiritual. El pecado descompone nuestra conciencia, nuestra conducta, pero sobre todo deteriora nuestra alma, ya que al perder la gracia pasamos por el mismo proceso que pasaron los demonios, que siendo de hermosa naturaleza angelical corrompieron su esencia convirtiéndose en seres horribles, cargados de odio y maldad.

Muchos desestiman el pecado inclusive negando su existencia y sus efectos en nuestras vidas. Pero ¿cuántos fumadores, por no tener una visión constante de sus pulmones, no piensan igual?: “Eso no me pasará a mí”, “Yo fumo controlado y eso del cáncer es para personas que fuman más que yo”, etc.

El pecado no solo es la enemistad con Dios, nos aleja de él (Nosotros de él), sino también es la enfermedad del alma, es la célula cancerígena con la que todos nacemos (la concupiscencia), sanada de entrada por el bautismo y reparada con el sacramento del perdón. La soberbia principalmente activa y alimenta este cáncer y el alma se oscurece, pierde brillo y su capacidad de transmitir la luz de Cristo.

Sí, el pecado es el alquitrán del alma. Un buen examen de conciencia nos podría dar luces de cómo está nuestra salud espiritual y, a tiempo, buscar la conversión y la gracia. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.


Luis Tarrazzi