Estimada religiosa, mujer que en
algún momento de su vida decidió nada más y nada menos, de la mano de la orden
dominicana, contemplar el amor de Jesús.
He tenido la oportunidad de ver y
escuchar uno de los muchos videos que tiene en youtube (https://www.youtube.com/watch?v=qtdmFBTAxVQ)
y sin duda usted es un personaje, que recoge aplausos y se ve adelantada a su
tiempo, al tiempo que camina la iglesia paso a paso. Siempre se han dado casos,
en cada siglo, de personas que desesperan en el lento andar de la Iglesia y corren
hacia delante (o por lo menos eso creen) pero en ese violento avanzar se separan
de lo que precisamente fortalece la fe, la unión y la obediencia a los tiempos
de Dios.
No cuestiono sus
cuestionamientos. Sin duda la política y los gobiernos del mundo hoy son lo más
falso y anticlerical que existe. Pero es que como ya lo definía San Pablo en su
2 carta a los corintios (4,4) este mundo ya tiene un dios que no es el
verdadero Dios, y ese dios es el primero que, como muchos religiosos con buenas
intenciones pero con caminos errados, se reveló a su tiempo y a los designios
de Dios, que están guardados, como tesoro de salvación, en la única Iglesia, la
católica.
En esta entrevista que vi usted
dice que su vida está dirigida y motivada por “sus causas”; unas causas que sin
dudas son 100% sociales. Usted lo definió como el estar del lado de los
perdedores. Esto, palabras más palabras menos, se reduce en una expresión muy
política: del lado de los pobres. Por eso el título de esta carta que le dirijo
la titulé: “Sor Lucía, ¿me amas?”. Esta pregunta no es mía hacia usted, es un
parafraseo de aquella pregunta que Jesús hiciera a Pedro, a quien él nombró
cabeza de su Iglesia (Juan 21, 15 – 19). De hecho Jesús hace un énfasis
comparativo en su pregunta a Pedro: “¿Me amas MÁS QUE ESTOS?”.
Y es que ese es el drama de la
utopía de querer nosotros amar más a los pobres de lo que los ama Dios. El amor
al necesitado se expresa dándole a cada ser humano la única riqueza perdurable,
eterna, aunque vivan y mueran como el Lázaro de la parábola, esa riqueza es la
fe, la conversión y la fidelidad. La fe en el único Dios verdadero, la
conversión para dejar atrás el pecado y la fidelidad A LA IGLESIA, esté en el
momento histórico en el que se encuentre.
Usted, en esta entrevista, por
esas razones espinosas propias del periodismo y que muchos “avanzados” caen
como corderos incautos por segundos de aplauso y admiración, aborda el tema de
la homosexualidad. Su respuesta, ajustada a lo que el mundo quiere escuchar,
habla de no estar llamados a juzgar. Y esto, aunque ya se ha dicho hasta la
saciedad, es bueno recordárselo, “Dios CONDENA el pecado pero ama al PECADOR”.
Francisco, nuestro papa actual, se dirigió al pecador no al pecado. Por eso, la
mayor evaluación que puede tener a su labor social muy propia de los errores de
la teología del a liberación, son los aplausos que recibe cada vez que habla,
porque eso se aleja de la promesa de Jesús: “Si el mundo os odia, sabéis que me
ha odiado a mí antes que a vosotros” (Juan 15,18).
Particularmente me llamó la
atención que comparta carisma dominico, como el de Santa Catalina de Siena, la
doctora. Esa que en su “diálogo” establecía con la metáfora del río, el puente
y las dos orillas, que “no se puede pasar por Cristo sin pasar por la Iglesia”.
Por eso levantar escalones sobre paredes rotas de la Iglesia es una labor
diabólica, no apostólica. Dirigirse a opiniones de cardenales o sacerdotes
mirando hacia abajo, como quien opina desde la cima del conocimiento, dista
mucho de lo que un religioso está llamado a ser y vivir. Quizás más
contemplación a la Eucaristía y menos a las ventanas del mundo le permitirán
cambiar esas “causas de vida” para que en vez de estar del lado de los
perdederos esté del lado de Cristo. Porque en Cristo no hay derrotados, los
únicos derrotados son los que resultaron condenados por la soberbia de la
desobediencia.
Soy laico, venezolano, y mi
nombre es Luis Tarrazzi. Conozco los frutos de la demagogia, los frutos de una
labor social “consintiendo a los pobres en su pobreza” y no enseñándoles a
laborar, a escoger políticos. Es del lado de los laicos cristianos donde debe
existir un activismo político comprometido, no del lado seglar. Ya conocemos
los frutos de religiosos metidos en políticas, asesorando reinos. ¿O es que
olvidamos el severo regaño que San Juan Pablo II, también papa como el actual,
dio al sacerdote Ernesto Cardenal Martínez, en Nicaragua, por aceptar el cargo
de ministro de cultura?
Nuestra Iglesia no necesita
personas que se hagan público a costa de cuestionar las verdades reveladas.
Dios no avanza sin la Iglesia, no desprecia a su Iglesia y no se hace sombra en
donde depositó su luz. Piense como nuestra Madre la Virgen María, cuando
exclamó: “…porque ha mirado la humillación de su esclava”. María no buscó fama
ni aplausos. El libro de la Mística Ciudad de Dios describe a nuestra madre
como fiel colaboradora de los pobres, que auxiliaba al necesitado, pero que
siempre fue fiel a la voluntad del Padre.
Usted culmina con una reflexión y
yo culminaré con ella. Usted afirma que Dios al final no nos preguntará con
quienes dormimos (pudiendo esto atentar contra el 6to y
9no mandamiento) sino cuánto amamos. Frase temeraria sin no se contextualiza.
Porque ese amor por el cual usted afirma seremos juzgamos pasa por el puente de
amar a Cristo y amar a su Iglesia, como es, no como usted y yo quisiéramos que
fuera. Pero siendo más agudo, amando a nuestros enemigos, que en usted sin duda
están casi todos del lado de la política. ¿Ama usted a sus políticos Sor Lucía,
ora por ellos por su conversión?, ¿o resulta más entretenido insultarlos por
twitter e increparlos? Si no vamos a juzgar es no juzgar a nadie, no solo los
que el mundo desea escuchar no deben ser juzgados.
Apague su luz Sor Lucía para que
brille la luz de Cristo. Sea vela del evangelio no luz de linterna que no da el
calor de la verdad sino que solo alumbra mientras las pilas le sostienen. Con
cariño se lo digo Sor Lucía, usted es manjar apetecible para el que hoy solo
sabe odiar a la fuente de amor. Dios le bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi